Llamamos Padre a Dios porque, por el Bautismo, somos verdaderos hijos de Dios.
En el Antiguo Testamento se constata que existe en el pueblo de Israel una imagen específica de la Paternidad divina a partir de las intervenciones salvíficas de Dios; por ejemplo, cuando Dios los salva de la esclavitud de Egipto y llama a Israel a entrar en una relación de alianza con Él, e incluso, a considerarse su primogénito. De este modo Dios se revela como «Padre» de manera singular, como lo atestiguan las palabras que dirige a Moisés: «Y dirás al faraón: ‘Así dice el Señor: Israel es mi hijo, mi primogénito’» (Ex 4, 22).
Y desde luego, con Jesucristo, se nos reveló de manera más clara esta paternidad en el Nuevo Testamento.
1. «Todo me ha sido revelado por mi Padre y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquél a quien el Hijo quisiera revelárselo» (Mt 11, 27). Esta revelación a la que se refiere Jesús, habla de una relación única en su género, que existe entre el Padre y Jesús. Es una revelación que está colocada en el contexto de instrucciones referidas de manera particular a sus discípulos; es decir, la realidad de la Paternidad divina pertenece a la enseñanza que Jesús reservaba a ellos. «Mi padre» es una expresión de revelación dirigida exclusivamente a sus discípulos, como previamente había advertido el mismo Jesucristo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del Cielo y de la Tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños».
2. Abbá (papi) es una palabra que Jesús utilizaba constantemente para referirse a Dios. Y esto es una característica muy particular, algo propio de Jesús. En el conjunto de los textos judíos no encontramos esta fórmula aramea como invocación a Dios. Y la razón de esta ausencia es sencilla: Este término, Abbá, pertenece al lenguaje de los niños; era un término usado en la vida familiar, pero no era exclusivo de los niños; también era empleado por un hijo ya mayor, en sentido de intimidad y respeto.
Cuando decimos:
Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas, como también nosotros
perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal.
Amén
Amén
Es para trazarnos un camino certero hacia Dios. Por ello debemos usarlo inteligentemente. Si se hace de corazón, es una fórmula compacta para desarrollar el alma, siendo el camino a partir del alma el único que importa. El Padre Nuestro está preparado para ayudar a ese cambio.
Jesús compuso la oración de tal manera que pasaría a través de las edades sin sufrir alteración. El Padre Nuestro se divide naturalmente en siete cláusulas. El número siete simboliza la perfección del alma individual.
Sabernos hijos de Dios nos da una profunda confianza. No tememos a nadie ni a nada: «Si Dios está conmigo, ¿quién contra mí?». Confianza porque sé que Dios no puede permitir que un hijo suyo sea perjudicado. Incluso la prueba, el dolor, la enfermedad, se nos presentan como una bendición que nos ayuda a crecer como personas y como cristianos: «Todo es bueno para el que cree».
No hay comentarios:
Publicar un comentario